Sábado de Pascua
“Cada persona que viene a este lugar tiene que confiar en Mi Divina Voluntad, la cual actúa en su vida y en su corazón . Ríndanme sus corazones y permitan que Mi gracia actúe de formas que ustedes no anticipan ni pueden imaginar. Esta rendición requiere un acto de humildad; requiere dejar ir lo que ustedes quieren. Así podrán reconocer y aceptar lo que Yo quiero para ustedes.”
“Tengo el deseo de ayudarlos a reconocer sus limitaciones. Entonces, por medio de este convencimiento de conciencia, Yo puedo hacerlos más santos a imagen de Mi Hijo.”
La ley del Señor es perfecta, reconforta el alma; el testimonio del Señor es verdadero, da sabiduría al simple. Los preceptos del Señor son rectos, alegran el corazón; los mandamientos del Señor son claros, iluminan los ojos. La palabra del Señor es pura, permanece para siempre; los juicios del Señor son la verdad, enteramente justos. Son más atrayentes que el oro, que el oro más fino; más dulces que la miel, más que el jugo del panal. También a mí me instruyen: observarlos es muy provechoso. Pero ¿quién advierte sus propios errores? Purifícame de las faltas ocultas. Presérvame, además, del orgullo, para que no me domine: entonces seré irreprochable y me veré libre de ese gran pecado. ¡Ojalá sean de tu agrado las palabras de mi boca, y lleguen hasta ti mis pensamientos, Señor, mi Roca y mi redentor!