El Amor Santo es el cimiento de la santidad personal

“La profundidad del Amor Santo en sus corazones determina la profundidad de cada virtud. También determina la profundidad de su rendición a Mi Voluntad"
29 de Noviembre del 2020 – Nuevamente veo una gran llama que he llegado a reconocer como el Corazón de Dios Padre. Dice:

Dios Padre - Amor Santo - Holy Love“La profundidad del Amor Santo en sus corazones determina la profundidad de cada virtud. También determina la profundidad de su rendición a Mi Voluntad. La rendición radica en aceptar todos los aspectos de su vida en el momento presente. El Amor Santo es el cimiento de la santidad personal. En primer lugar, tienen que rendirse a un amor por Mí y al prójimo cada vez más profundo. Sobre este amor se construye su ‘casa’ de las virtudes. La estructura de esta ‘casa’ de la santidad es la rendición a Mi Divina Voluntad.”

“Hay tormentas de tentaciones, dudas y distracciones que azotan esta ‘casa’ de la santidad personal, pero mientras más fuerte el compromiso con la santidad, más capacidad de resistir estos desafíos externos. De vez en cuando, el alma puede asomarse por una de las ventanas de esta ‘casa’ para ver en dónde ha estado y a dónde está decidida a ir. Esto le da al alma el ímpetu para seguir haciendo más fuerte su ‘casa’ de la santidad y más inmune a fuerzas externas. Las demás personas que ven la ‘casa’ de la santidad pueden admirarla desde lejos, o pueden ver dónde se necesitan hacer mejoras. En ese caso, ellos deben ayudar al dueño de esta ‘casa’ de la santidad para que mejore en unirse más estrechamente a Mi Divina Voluntad. Yo observo muy de cerca la construcción de cada ‘casa’ de la santidad personal. Yo soy el experto arquitecto.”

Lean Efesios 4:11-16 – Él comunicó a unos el don de ser apóstoles, a otros profetas, a otros predicadores del Evangelio, a otros pastores o maestros. Así organizó a los santos para la obra del ministerio, en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto y a la madurez que corresponde a la plenitud de Cristo. Así dejaremos de ser niños, sacudidos por las olas y arrastrados por el viento de cualquier doctrina, a merced de la malicia de los hombres y de su astucia para enseñar el error. Por el contrario, viviendo en la verdad y en el amor, crezcamos plenamente, unidos a Cristo. Él es la Cabeza, y de él, todo el Cuerpo recibe unidad y cohesión, gracias a los ligamentos que lo vivifican y a la actividad propia de cada uno de los miembros. Así el Cuerpo crece y se edifica en el amor.
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